lunes, 10 de diciembre de 2007

Medianoche

- Luna llena, será fácil

- Nunca es fácil

Las dos sombras se movían silenciosas hacia la parte posterior de la casa. Dentro, una vela iluminaba una figura que parecía estar escribiendo una carta.

Las sombras entraron por la única ventana abierta, cuya situación conocían puesto que la habían estado vigilando durante toda la semana.

Al entrar en la habitación, la figura que escribía se sobresaltó y trató de alcanzar su espada, pero uno de los asaltantes le propinó un fuerte puñetazo, que lo lanzó contra la pared. El otro, sin mediar palabra, se acercó y le hundió su daga en el pecho. La figura escribiente (un hombre de mediana edad) expiró. Los dos hombres se quedaron en silencio, atentos a cualquier ruido proveniente de la casa o del exterior. Nada.

- Está hecho, vámonos

-

Sin embargo, no se movió del sitio. Su atención se dirigía a la carta que el difunto estaba escribiendo cuando ellos llegaron. Había algo familiar en lo que allí se relataba. Su compañero le instó a darse prisa, asi que cogió el papel y se lo guardó en una pequeña faltriquera. Salieron por la misma ventana por la que habían entrado y se alejaron de la casa, siempre amparados en las sombras, andando tranquilamente, como si nada hubiese pasado. Nadie se daría cuenta de lo ocurrido hasta el día sguiente por la mañana y, para entonces, ellos ya estarían a leguas de distancia.

Ya lejos de allí, entraron en una taberna y pidieron vino, mientras se sentaban en una mesa apartada.

- ¿Estáis bien?

-

- Parecéis preocupado

- No es nada

- ¿Y la carta?

La mirada del interpelado le hizo desistir. No es de tu incumbencia, decían aquellos ojos. Asi que optó por darle un sorbo al vino, no tenía por qué hurgar en la vida de ese tipo solo porque hubieran realizado un trabajo juntos. Cuando terminó, dejó unas monedas sobre la mesa, se caló el sombrero y se despidió de su compañero con un gesto vago. Era muy posible que no se volviesen a ver nunca, pensaba al salir a la calle, puede que no recordase su cara dentro de un tiempo; lo que si recordaría serían sus ojos. Eran el vivo reflejo del infierno. Si la muerte tuviese ojos, no serían muy distintos de los de ese espadachín.

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