jueves, 20 de diciembre de 2007

Sangre

Salió de la taberna con la chica entre sus brazos, ligeramente aturdida, y se dirigió a un callejón cercano, oscuro. Allí la apoyó contra una pared, pues aún era incapaz de mantenerse en pie.

- ¿Os encontráis bien?

- Sí, solo dadme un momento

- ¿Conocíais a esos hombres?

- No, ¿vuesa merced se encuentra bien?

- Perfectamente, preocupaos por vos, sangráis

- ¡Oh, Dios mío!, ¿me han herido?

- No, pero el puñetazo os ha roto la nariz y estáis sangrando. Permitidme que os limpie

Sacó un pañuelo de la faltriquera y comenzó a limpiar la sangre de la cara de la muchacha.

- No es habitual ver a una mujer a estas horas en un lugar como éste. Y sola.

- Lo sé, pero esperaba a una amiga

- ¿A estas horas?

- La mujer a la que servía como doncella murió esta tarde y su hijo me ha echado, decía que no necesitaba mis servicios

- Y esa amiga vuestra, ¿cuándo vendrá?

- No debería tardar, la casa en la que trabaja está cerca de aquí

- Debería veros un galeno, la sangre no para de fluir

- No os preocupéis por mi, sois vos el que ha matado a tres hombres esta noche

Y se quedó mirándolo. Sonriendo. Sangrando. Así estuvieron un rato hasta que ella habló:

- Mi nombre es Aitana – dijo, extendiendo la mano

- Gabriel – contestó el espadachín, estrechando la mano de la joven

Pasos. Se oían pasos en la calle colindante. Gabriel sacó su daga y se asomó, precavido (podía ser la amiga o podía ser la ronda). Era la amiga; venía acompañada por un sirviente que portaba un farol pequeño. La muchacha dio un silbido y la pareja se dirigió al callejón. Se dirigieron unas pocas palabaras tranquilizadoras, pues se habían asustado al verla sangrar y con aquel hombre al lado. Con los ánimos ya calmados, la muchacha se despidió de Gabriel y marchó en compañía de los otros dos, no sin decirle que nunca olvidaría ese gesto y que le gustaría volverle a ver

Él se quedó allí, en silencio, mirando el pañuelo ensangrentado cuando ya se habían alejado. Hacía mucho tiempo que no sentía el cuerpo de una mujer tan cerca. Demasiado. Pero no era el cuerpo de la joven lo que lo tenía trastocado. Eran sus ojos, su cabello, negros como la boca de un lobo.

Es hora de volver a casa, se dijo. Se acercó a una fuente próxima y allí se limpió las manos y el pañuelo. El agua estaba fría, como su cuerpo. Y esta noche (como tantas otras) nadie iba a calentárselo. Puta mierda, pensó con una sonrisa de fastidio. Y echó a andar, camino de casa.

Gentleman

Aún siguió bebiendo cuando el desconocido con el que había trabajado se marchó. No tenía prisa, nadie le esperaba esa noche (ni ninguna otra). Pidió otra jarra de vino, mientras se abría la puerta de la taberna y entraba una figura envuelta en una capa, que no ocultaba un cuerpo femenino. Era raro ver a una mujer sola, en un lugar como aquel; salvo que fuese una doncella con recado de llevar vino a algún amo borrachín. Era bonita: joven, piel morena, cabello negro y los ojos más oscuros y penetrantes que él había visto en su vida. Pidió vino y, para sorpresa de cuantos la miraban (tabernero incluído) fue a sentarse a una mesa apartada (pero cercana a la del espadachín) y comenzó a beber. En ese momento, un hombre (un borracho que llevaba toda la noche voceando) se levantó, se acercó a la mujer y le dijo una grosería. La mujer ni lo miró, mientras los amigos de aquel tipejo (tan borrachos como él) reían con fuerza. Lo siguiente que pasó, fue tan rápido, que pocos se dieron perfecta cuenta de todo: el hombre quiso agarrar a la muchacha, pero ella se apartó y le dió una torta que resonó por todo el local. Semejante bofetón pareció despertar al borracho de su estado de embriaguez y, rápidamente, le dió un puñetazo a la chica, tirándola al suelo. No contento con ello, el hombre sacó un cuchillo y se abalanzó contra la joven, con intención de rajarla, degollarla o lo que fuera que se le pasara por la cabeza. No llegó a tanto, pues el espadachín, que había seguido toda la escena, se había interpuesto entre el borracho y la chica ensartando al agresor con su espada.

Todo el mundo se había quedado pasmado ante la escena. Pero, en cuanto se recobraron de la impresión, los amigos del muerto (tres tipos con mala pinta) se levantaron, espadas en mano y acometieron contra el buen samaritano, que ya había sacado su daga y se defendía con gran destreza.

Los tres hombres atacaban sin orden ni concierto, tal era su estado etílico, asi que el espadachín optó por no andarse con florituras y, amagando por un lado, le clavó a uno la espada en el pecho y a otro la daga en la garganta. El tercero se quedó petrificado, instante que aprovechó para plantarse delante de el de un salto y degollarlo.

El silencio reinaba en la taberna. Los que aún quedaban allí miraban para otro lado mientras el espadachín ayudaba a la muchacha a levantarse, dejaba unas monedas encima de la mesa y salían fuera. Nadie conocía a los que allí habían peleado, ni a la agredida y se miraban avergonzados, tal vez, por no haber tenido el valor de aquel hombre, de defender a una dama en apuros. De tener la ocasión, puede que la única en su vida, de comportarse como caballeros.




lunes, 10 de diciembre de 2007

Medianoche

- Luna llena, será fácil

- Nunca es fácil

Las dos sombras se movían silenciosas hacia la parte posterior de la casa. Dentro, una vela iluminaba una figura que parecía estar escribiendo una carta.

Las sombras entraron por la única ventana abierta, cuya situación conocían puesto que la habían estado vigilando durante toda la semana.

Al entrar en la habitación, la figura que escribía se sobresaltó y trató de alcanzar su espada, pero uno de los asaltantes le propinó un fuerte puñetazo, que lo lanzó contra la pared. El otro, sin mediar palabra, se acercó y le hundió su daga en el pecho. La figura escribiente (un hombre de mediana edad) expiró. Los dos hombres se quedaron en silencio, atentos a cualquier ruido proveniente de la casa o del exterior. Nada.

- Está hecho, vámonos

-

Sin embargo, no se movió del sitio. Su atención se dirigía a la carta que el difunto estaba escribiendo cuando ellos llegaron. Había algo familiar en lo que allí se relataba. Su compañero le instó a darse prisa, asi que cogió el papel y se lo guardó en una pequeña faltriquera. Salieron por la misma ventana por la que habían entrado y se alejaron de la casa, siempre amparados en las sombras, andando tranquilamente, como si nada hubiese pasado. Nadie se daría cuenta de lo ocurrido hasta el día sguiente por la mañana y, para entonces, ellos ya estarían a leguas de distancia.

Ya lejos de allí, entraron en una taberna y pidieron vino, mientras se sentaban en una mesa apartada.

- ¿Estáis bien?

-

- Parecéis preocupado

- No es nada

- ¿Y la carta?

La mirada del interpelado le hizo desistir. No es de tu incumbencia, decían aquellos ojos. Asi que optó por darle un sorbo al vino, no tenía por qué hurgar en la vida de ese tipo solo porque hubieran realizado un trabajo juntos. Cuando terminó, dejó unas monedas sobre la mesa, se caló el sombrero y se despidió de su compañero con un gesto vago. Era muy posible que no se volviesen a ver nunca, pensaba al salir a la calle, puede que no recordase su cara dentro de un tiempo; lo que si recordaría serían sus ojos. Eran el vivo reflejo del infierno. Si la muerte tuviese ojos, no serían muy distintos de los de ese espadachín.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Gabriel

Teniendo en tu vida el don de vencer,

Tu mano ya tiene el poder

Y tu fuerza has de controlar, tu enemigo...

Lo has de matar, verle sufrir, acuchillar, debe morir

Muy hondo está, cargando hacia tí,

Para su dios no hay sitio aquí

Si es mi sangre lo que tu quieres, ven hacia aquí, lo resistiré

La batalla comenzó y mi puño en alto se quedó,

Con tu corazón en el,

Recuerda, mi nombre es Gabriel

Si es mi sangre lo que tu quieres, ven hacia aquí, lo resistiré

Por fin, logré mi fe imponer, mi espada perdió su poder

Y tú jamás podrás olvidar lo que es enfrentarse a Gabriel

Siguiendo a los cielos con gran lealtad,

Mi dios ya recibe la paz

A nuevas batallas me encomendaré, sin respiro...

Lo has de matar, verle sufrir, acuchillar, debe morir

Muy hondo está, cargando hacia tí,

Para su dios no hay sitio aquí

Si es mi sangre lo que tu quieres, ven hacia aquí, lo resistiré

La batalla comenzó y mi puño en alto se quedó,

Con tu corazón en el,

Recuerda, mi nombre es Gabriel





Marius "Cánticos de sangre"